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Muere Marc Augé, el antropólogo de los no lugares

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Sus estudios sobre la soledad, el tedio y el triunfo de la representación fueron un caso excepcional de rebeldía

Marc Augé.
Marc Augé.

Marc Augé, antropólogo y etnógrafo francés conocido por popularizar el concepto de hipermodernidad y, sobre todo, el de no-lugar, ha muerto a los 87 años en Potiers, la ciudad en la que nació. Su obra, igual que sus dos grandes ideas, queda como un retrato de la sociedad de la abundancia del capitalismo contemporáneo en el que las representaciones de la realidad pesan más que la realidad original.

Augé llegó a ese punto por un recorrido intelectual poco frecuente. Su origen estuvo en los estudios africanos, que desarrolló en la práctica clásica que se espera de un antropólogo. Augé analizó en los años 70 cómo vivían en comunidad y cómo representaban las ideas que les daban cohesión los habitantes de la costa atlántica de África. A partir de 1985, y después de trabajar también en América Latina, Augé se estableció en París como director de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París (EHESS) y empezó a aplicar enfoques parecidos a Europa.

Aquel retruécano intelectual, aquel aplicar la mirada del hombre blanco hacia sí mismo, tenía que ver con el espíritu filosófico de la época, aún empapado de la ironía del 68 y del desencanto de los años 70. Sin embargo, Augé dio con un tono esencialmente humano que le permitió diferenciarse de los colegas y conectar con lectores más allá de su campo académico. El antropólogo francés se dio cuenta de que la soledad y el tedio se habían convertido en uno de los grandes tabús de su mundo y se lanzó a investigar en ellos. Y la soledad y el tedio son temas que a todos nos tocan.

Su manera de escribir también tenía algo diferente: confesional, amistosa, bromista... En el metro, por ejemplo (1986), partía de una idea que hoy parece evidente pero que en esa época era nueva: hay más información y más verdad un viaje en metro por París que una mañana entre las colas y las alturas de la Torre Eiffel. A partir de ahí, Augé explicaba la relación de un parisino cualquiera con su suburbano con un lenguaje a que era a medias académico y a medias novelesco, al estilo de su casi contemporáneo Georges Perec.

No lugares, espacios del anonimato: Introducción a la antropología de la modernidad, su gran libro, parece la consecuencia lógica de aquel ensayo sobre el metro. En sus páginas, Augé se da cuenta de que la vida cívica ocurre cada vez más en escenarios más o menos manipulados con fines mercantiles o políticos y sostiene que ese paisaje levemente irritante de falsos restaurantes exóticos, falsas fiestas populares y falsas arquitecturas históricas lleva a sus habitantes a la melancolía y el enajenamiento. Frente a la idea baudeleriana de la modernidad, en tensión con lo antiguo, Augé descubría que la hipermodernidad se apoderaba de lo antiguo y lo utilizaba en beneficio de sus agentes.

Hay que entender que en el momento en el que Augé escribió sobre los no lugares no abundaban las visiones críticas de la realidad y que las que había eran esquirlas de la tradición marxista, no muy atractivas. Sus libros fueron un raro caso de rebeldía que se anticipó al malestar de la última década y media. En la última parte de su carrera, el antropólogo insistió en esa rebeldía moral. Escribió sobre las bicicletas en la tradición flâneur, sobre Las pequeñas alegrías, sobre La condición humana... En parte, se convirtió en una parte del paisaje, pero es que ese paisaje lo había cambiado él.

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