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El

título de este volumen une el drama personal, las entrevisiones del color
amarillo de la ceguera, al tigre emblemático que cruza toda la obra de Jorge
Luis Borges. Esa combinación entre vida y literatura está acompañada por
algunas innovaciones en su arte poética. El uso de formas orientales, los
Tankas, y un tratamiento menos elusivo en los poemas de amor, como en el
magnífico «El amenazado», les otorgan a los versos un singular peso
emotivo. Sus virtudes descansan en las enumeraciones y accidentes
verbales y en la serena precisión para comunicar experiencias íntimas: el
paso del tiempo, las vacilaciones, la esperanza, las lecturas, la ausencia de
una voz deseada, la memoria y el olvido, los sueños, el cambiante rostro en
los espejos.
El oro de los tigres, colección de poemas y textos breves en prosa escritos
entre 1969 y 1972, es uno de los libros más delicados y directos de Borges.

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Jorge Luis Borges

El oro de los tigres


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Akhenaton 23.11.14

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Título original: El oro de los tigres
Jorge Luis Borges, 1972

Editor digital: Akhenaton


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PRÓLOGO
De un hombre que ha cumplido los setenta años que nos aconseja David poco
podemos esperar, salvo el manejo consabido de unas destrezas, una que otra ligera
variación y hartas repeticiones. Para eludir o para siquiera atenuar esa monotonía,
opté por aceptar, con tal vez temeraria hospitalidad, los misceláneos temas que se
ofrecieron a mi rutina de escribir. La parábola sucede a la confidencia, el verso libre
o blanco al soneto. En el principio de los tiempos, tan dócil a la vaga especulación y
a las inapelables cosmogonías, no habrá habido cosas poéticas o prosaicas. Todo
sería un poco mágico. Thor no era dios del trueno; era el trueno y el dios.
Para un verdadero poeta, cada momento de la vida, cada hecho, debería ser
poético, ya que profundamente lo es. Que yo sepa, nadie ha alcanzado hasta hoy esa
alta vigilia. Browning y Blake se acercaron más que otro alguno; Whitman, se la
propuso, pero sus deliberadas enumeraciones no siempre pasan de catálogos
insensibles. Descreo de las escuelas literarias, que juzgo simulacros para simplificar
lo que enseñan, pero si me obligaran a declarar de donde proceden mis versos, diría
que del modernismo, esa gran libertad que renovó muchas literaturas cuyo
instrumento común es el castellano y que llegó, por cierto hasta España. He
conversado más de una vez con Leopoldo Lugones, hombre solitario y soberbio; éste
solía desviar el curso del diálogo para hablar de «mi amigo Rubén Darío». (Creo,
por lo demás, que debemos recalcar las afinidades de nuestro idioma, no sus
regionalismos).
Mi lector notará en algunas páginas la preocupación filosófica. Fue mía desde
niño, cuando mi padre me reveló, con ayuda del tablero de ajedrez (que era, lo
recuerdo, de cedro) la carrera de Aquiles y la tortuga.
En cuanto a las influencias que se advertirán en este volumen… En primer
término, los escritores que prefiero —he nombrado ya a Robert Browning−; luego,
los que he leído y repito; luego, los que nunca he leído pero que están en mí. Un
idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de
símbolos.
J.L.B.
Buenos Aires, 1972.

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TAMERLÁN

(1336-1405)[1]

Mi reino es de este mundo: Carceleros


Y cárceles y espadas ejecutan
La orden que no repito. Mi palabra
Más ínfima es de hierro. Hasta el secreto
Corazón de las gentes que no oyeron
Nunca mi nombre en su confín lejano
Es un instrumento dócil a mi arbitrio.
Yo, que fui un rabadán de la llanura,
He izado mis banderas en Persépolis
Y he abrevado la sed de mis caballos
En las aguas del Ganges y del Oxus.
Cuando nací, cayó del firmamento
Una espada con signos talismánicos;
Yo soy, yo seré siempre aquella espada.
He derrotado al griego y al egipcio,
He devastado las infatigables
Leguas de Rusia con mis duros tártaros,
He elevado pirámides de cráneos,
He uncido a mi carroza cuatro reyes
Que no quisieron acatar mi cetro,
He arrojado a las llamas en Alepo
El Alcorán, El Libro de los Libros,
Anterior a los días y a las noches.
Yo, el rojo Tamerlán, tuve en mi abrazo
A la blanca Zenócrate de Egipto,
Casta como la nieve de las cumbres.
Recuerdo las pesadas caravanas
Y las nubes de polvo del desierto,
Pero también una ciudad de humo
Y mecheros de gas en las tabernas.
Sé todo y puedo todo. Un ominoso
Libro no escrito aún me ha revelado
Que moriré como los otros mueren
Y que, desde la pálida agonía,
Ordenaré que mis arqueros lancen
Flechas de hierro contra el cielo adverso

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Y embanderen de negro el firmamento
Para que no haya un hombre sólo que no sepa
Que los dioses han muerto. Soy los dioses.
Que otros acudan a la astrología
Judiciaria, al compás y al astrolabio,
Para saber qué son. Yo soy los astros.
En las albas inciertas me pregunto
Por qué no salgo nunca de esta cámara,
Por qué no condesciendo al homenaje
Del clamoroso oriente. Sueño a veces
Con esclavos, con intrusos, que mancillan
A Tamerlán con temeraria mano
Y le dicen que duerma y que no deje
De tomar cada noche las pastillas
Mágicas de la paz y del silencio.
Busco la cimitarra y no la encuentro.
Busco mi cara en el espejo; es otra.
Por eso lo rompí y me castigaron.
¿Por qué no asisto a las ejecuciones,
Por qué no veo el hacha y la cabeza?
Esas cosas me inquietan, pero nada
Puede ocurrir si Tamerlán se opone
Y Él, acaso, las quiere y no lo sabe.
Y yo soy Tamerlán. Rijo el poniente
Y el Oriente de oro, y sin embargo…

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ESPADAS

Gram, Durendal, Joyeuse, Excalibur.


Sus viejas guerras andan por el verso,
Que es la única memoria. El universo
Las siembra por el Norte y por el Sur.
En la espada persiste la porfía
De la diestra viril, hoy polvo y nada;
En el hierro o el bronce, la estocada
Que fue sangre de Adán un primer día.
Gestas he enumerado de lejanas
Espadas cuyos hombres dieron muerte
A reyes y a serpientes. Otra suerte
De espadas hay, murales y cercanas.
Déjame, espada, usar contigo el arte;
Yo, que no he merecido manejarte.

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EL PASADO

Todo era fácil, nos parece ahora,


En el plástico ayer irrevocable:
Sócrates que apurada la cicuta,
Discurre sobre el alma y su camino
Mientras la muerte azul le va subiendo
Desde los pies helados; la implacable
Espada que retumba en la balanza;
Roma, que impone el numeroso hexámetro
Al obstinado mármol de esa lengua
Que manejamos hoy despedazada;
Los piratas de Hengist que atraviesan
A remo el temerario Mar del Norte
Y con las fuertes manos y el coraje
Fundan un reino que será el Imperio;
El rey sajón que ofrece al rey noruego
Los siete pies de tierra y que ejecuta,
Antes que el sol decline, la promesa
En la batalla de hombres; los jinetes
Del desierto, que cubren el Oriente
Y amenazan las cúpulas de Rusia;
Un persa que refiere la primera
De las Mil y Una Noches y no sabe
Que inicia un libro que los largos siglos
De las generaciones ulteriores
No entregarán al silencioso olvido;
Snorri que salva en su perdida Thule,
A la luz de crepúsculos morosos
O en la noche propicia a la memoria,
Las letras y los dioses de Germania;
El joven Schopenhauer, que descubre
El plano general del universo;
Whitman, que en una redacción de Brooklin,
Entre el olor a tinta y a tabaco,
Toma y no dice a nadie la infinita
Resolución de ser todos los hombres
Y de escribir un libro que sea todos;
Arredondo, que mata a Idiarte Borda
En la mañana de Montevideo
Y se da a la justicia declarando

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Que ha obrado solo y que no tiene cómplices;
El soldado que muere en Normandía,
El soldado que muere en Galilea.

Esas cosas pudieron no haber sido.


Casi no fueron. Las imaginamos
En un fatal ayer inevitable.
No hay otro tiempo que el ahora, este ápice
Del ya será y del fue, de aquel instante
En que la gota cae en la clepsidra.
El ilusorio ayer es un recinto
De figuras inmóviles de cera
O de reminiscencias literarias
Que el tiempo irá perdiendo en sus espejos.
Erico el Rojo, Carlos Doce, Breno
Y esa tarde inasible que fue tuya
Son en su eternidad, no en la memoria.

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TANKAS[2]

1
Alto en la cumbre
Todo el jardín es luna,
Luna de oro.
Más precioso es el roce
De tu boca en la sombra.

2
La voz del ave
Que la penumbra esconde
Ha enmudecido.
Andas por tu jardín.
Algo, lo sé, te falta.

3
La ajena copa,
La espada que fue espada
En otra mano,
La luna de la calle,
¿Dime, acaso no bastan?

4
Bajo la luna
El tigre de oro y sombra
Mira sus garras.
No sabe que en el alba
Han destrozado un hombre.

5
Triste la lluvia
Que sobre el mármol cae,
Triste ser tierra.
Triste no ser los días
Del hombre, el sueño, el alba.

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6
No haber caído,
Como otros de mi sangre,
En la batalla.
Ser en la vana noche
El que cuenta las sílabas.

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TRECE MONEDAS

UN POETA ORIENTAL

Durante cien otoños he mirado


Tu tenue disco.
Durante cien otoños he mirado
Tu arco sobre las islas.
Durante cien otoños mis labios
No han sido menos silenciosos.

EL DESIERTO

El espacio sin tiempo.


La luna es del color de la arena.
Ahora, precisamente ahora,
Mueren los hombres del Metauro y de Tannenberg.

LLUEVE

¿En qué ayer, en qué patios de Cartago,


Cae también esta lluvia?

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ASTERION

El año me tributa mi pasto de hombres


Y en la cisterna hay agua.
En mí se anudan los caminos de piedra.
¿De qué puedo quejarme?
En los atardeceres
Me pesa un poco la cabeza de toro.

UN POETA MENOR

La meta es el olvido.
Yo he llegado antes.

GÉNESIS, IV, 8

Fue en el primer desierto.


Dos brazos arrojaron una gran piedra.
No hubo un grito. Hubo sangre.
Hubo por vez primera la muerte.
Ya no recuerdo si fui Abel o Caín.

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NORTUMBRIA, 900 A. D.

Que antes del alba lo despojen los lobos;


La espada es el camino más corto.

MIGUEL DE CERVANTES

Crueles estrellas y propicias estrellas


Prendieron la noche de mi génesis;
Debo a las últimas la cárcel
En que soñé el Quijote.

EL OESTE

El callejón final con su poniente.


Inauguración de la pampa.
Inauguración de la muerte.

ESTANCIA EL RETIRO

El tiempo juega un ajedrez sin piezas

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En el patio. El crujido de una rama
Rasga la noche. Fuera la llanura
Leguas de polvo y sueño desparrama.
Sombras los dos, copiamos lo que dictan
Otras sombras: Heráclito y Gautama.

EL PRISIONERO

Una lima.
La primera de las pesadas puertas de hierro.
Algún día seré libre.

MACBETH

Nuestros actos prosiguen su camino,


Que no conoce término.
Maté a mi rey para que Shakespeare
Urdiera su tragedia.

ETERNIDADES

La serpiente que ciñe el mar y es el mar,

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El repetido remo de Jasón, la joven espada de Sigurd.
Sólo perduran en el tiempo las cosas
Que no fueron del tiempo.

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SUSANA BOMBAL

Alta en la tarde, altiva y alabada,


Cruza el casto jardín y está en la exacta
Luz del instante irreversible y puro
Que nos da este jardín y la alta imagen
Silenciosa. La veo aquí y ahora,
Pero también la veo en un antiguo
Crepúsculo de Ur de los Caldeos
O descendiendo por las lentas gradas
De un templo, que es innumerable polvo
Del planeta y que fue piedra y soberbia,
O descifrando el mágico alfabeto
De las estrellas de otras latitudes
O aspirando una rosa en Inglaterra.
Está donde haya música, en el leve
Azul, en el hexámetro del griego,
En nuestras soledades que la buscan,
En el espejo de agua de la fuente,
En el mármol de tiempo, en una espada,
En la serenidad de una terraza
Que divisa ponientes y jardines.

Y detrás de los mitos y las máscaras,


El alma, que está sola.
Buenos Aires, 3 de noviembre de 1970

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A JOHN KEATS
(1795-1821)

Desde el principio hasta la joven muerte


La terrible belleza te acechaba
Como a los otros la propicia muerte
O la adversa. En las albas te esperaba
De Londres, en las páginas casuales
De un diccionario de mitología,
En las comunes dádivas del día,
En un rosto, una voz, y en los mortales
Labios de Fanny Brawne. Oh sucesivo
Y arrebatado Keats, que el tiempo ciega,
El alto ruiseñor y la urna griega
Serán tu eternidad, oh fugitivo.
Fuiste el fuego. En la pánica memoria
No eres hoy la ceniza. Eres la gloria.

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SUEÑA ALONSO QUIJANO

El hombre se despierta de un incierto


Sueño de alfanjes y de campo llano
Y se toca la barba con la mano
Y se pregunta si está vivo o muerto.
¿No lo perseguirán los hechiceros
Que han jurado su mal bajo la luna?
Nada. Apenas el frío. Apenas una
Dolencia de sus años postrimeros.
El hidalgo fue un sueño de Cervantes
Y don Quijote un sueño del hidalgo.
El doble sueño los confunde y algo
Está pasando que pasó mucho antes.
Quijano duerme y sueña. Una batalla:
Los mares de Lepanto y la metralla.

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A UN CÉSAR

En la noche propicia a los lemures


Y a las larvas que hostigan a los muertos,
Han cuartelado en vano los abiertos
Ámbitos de los astros tus augures.
Del toro yugulado en la penumbra
Las vísceras en vano han indagado;
En vano el sol de esta mañana alumbra
La espada fiel del pretoriano armado.
En el palacio tu garganta espera
Temblorosa el puñal. Ya los confines
Del imperio que rigen tus clarines
Presienten las plegarias y la hoguera.
De tus montañas el horror sagrado
El tigre de oro y sombra ha profanado.

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EL CIEGO
A Mariona Grondona

Lo han despojado del diverso mundo,


De los rostros, que son lo que eran antes.
De las cercanas calles, hoy distantes,
Y del cóncavo azul, ayer profundo.
De los libros le queda lo que deja
La memoria, esa forma del olvido
Que retiene el formato, no el sentido,
Y que los meros títulos refleja.
El desnivel acecha. Cada paso
Puede ser la caída. Soy el lento
Prisionero de un tiempo soñoliento
Que no marca su aurora ni su ocaso.
Es de noche. No hay otros. Con el verso
Debo labrar mi insípido universo.

II

Desde mi nacimiento, que fue el noventa y nueve,


De la cóncava parra y el aljibe profundo,
El tiempo minucioso, que en la memoria es breve,
Me fue hurtando las formas visibles de este mundo.
Los días y las noches limaron los perfiles
De las letras humanas y los rostros amados;
En vano interrogaron mis ojos agotados
Las vanas bibliotecas y los vanos atriles.
El azul y el bermejo son ahora una niebla
Y dos voces inútiles. El espejo que miro
Es una cosa gris. En el jardín aspiro,
Amigos, una lóbrega rosa de la tiniebla.
Ahora sólo perduran las formas amarillas
Y sólo puedo ver para ver pesadillas.

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ON HIS BLINDNESS

Indigno de los astros y del ave


Que surca el hondo azul, ahora secreto,
De esas líneas que son el alfabeto
Que ordenan otros y del mármol grave
Cuyo dintel mis ya gastados ojos
Pierden en su penumbra, de las rosas
Invisibles y de las silenciosas
Multitudes de oros y de rojos
Soy, pero no de las Mil Noches y Una
Que abren mares y auroras en mi sombra
Ni de Walt Whitman, ese Adán que nombra
Las criaturas que son bajo la luna,
Ni de los blancos dones del olvido
Ni del amor que espero y que no pido.

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LA BUSCA

Al término de tres generaciones


Vuelvo a los campos de los Acevedo,
Que fueron mis mayores. Vagamente
Los he buscado en esta vieja casa
Blanca y rectangular, en la frescura
De sus dos galerías, en la sombra
Creciente que proyectan los pilares,
En el intemporal grito del pájaro,
En la lluvia que abruma la azotea,
En el crepúsculo de los espejos,
En un reflejo, un eco, que fue suyo
Y que ahora es mío, sin que yo lo sepa.
He mirado los hierros de la reja
Que detuvo las lanzas del desierto,
La palmera partida por el rayo,
Los negros toros de Aberdeen, la tarde,
Las casuarinas que ellos nunca vieron.
Aquí fueron la espada y el peligro,
Las duras proscripciones, las patriadas;
Firmes en el caballo, aquí rigieron
La sin principio y la sin fin llanura
Los estancieros de las largas leguas.
Pedro Pascual, Miguel, Judas Tadeo…
Quién me dirá si misteriosamente,
Bajo este techo de una sola noche,
Más allá de los años y del polvo,
Más allá del cristal de la memoria,
No nos hemos unido y confundido,
Yo en el sueño, pero ellos en la muerte.

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LO PERDIDO

¿Dónde estará mi vida, la que pudo


Haber sido y no fue, la venturosa
O la de triste horror, esa otra cosa
Que pudo ser la espada o el escudo
Y que no fue? ¿Dónde estará el perdido
Antepasado persa o el noruego,
Dónde el azar de no quedarme ciego,
Dónde el ancla y el mar, dónde el olvido
De ser quien soy? ¿Dónde estará la pura
Noche que al rudo labrador confía
El iletrado y laborioso día,
Según lo quiere la literatura?
Pienso también en esa compañera
Que me esperaba, y que tal vez me espera

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H. O.

En cierta calle hay cierta firme puerta


Con su timbre y su número preciso
Y un sabor a perdido paraíso,
Que en los atardeceres no está abierta
A mi paso. Cumplida la jornada,
Una esperada voz me esperaría
En la disgregación de cada día
Y en la paz de la noche enamorada.
Esas cosas no son. Otra es mi suerte:
Las vagas horas, la memoria impura,
El abuso de la literatura
Y en el confín la no gustada muerte.
Sólo esa piedra quiero. Sólo pido
Las dos abstractas fechas y el olvido.

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RELIGIO MEDICI, 1643

Defiéndeme, Señor. (El vocativo


No implica a Nadie. Es sólo una palabra
De este ejercicio que el desgano labra
Y que en la tarde del temor escribo).
Defiéndeme de mí. Ya lo dijeron
Montaigne y Browne y un español que ignoro;
Algo me queda aún de todo ese oro
Que mis ojos de sombra recogieron.
Defiéndeme, Señor, del impaciente
Apetito de ser mármol y olvido;
Defiéndeme de ser el que ya he sido,
El que ya he sido irreparablemente.
No de la espada o de la roja lanza
Defiéndeme, sino de la esperanza.

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1971

Dos hombres caminaron por la luna.


Otros después. ¿Qué puede la palabra,
Qué puede lo que el arte sueña y labra,
Ante su real y casi irreal fortuna?
Ebrios de horror divino y de aventura,
Esos hijos de Whitman han pisado
El páramo lunar, el inviolado
Orbe que, antes de Adán, pasa y perdura.
El amor de Endimión en su montaña,
El hipogrifo, la curiosa esfera
De Wells, que en mi recuerdo es verdadera,
Se confirman. De todos es la hazaña.
No hay en la tierra un hombre que no sea
Hoy más valiente y más feliz. El día
Inmemorial se exalta de energía
Por la sola virtud de la Odisea
De esos amigos mágicos. La luna,
Que el amor secular busca en el cielo
Con triste rostro y no saciado anhelo,
Será su monumento, eterna y una.

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COSAS

El volumen caído que los otros


Ocultan en la hondura del estante
Y que los días y las noches cubren
De lento polvo silencioso. El ancla
De Sidón que los mares de Inglaterra
Oprimen en su abismo ciego y blando.
El espejo que no repite a nadie
Cuando la casa se ha quedado sola.
Las limaduras de uña que dejamos
A lo largo del tiempo y del espacio.
El polvo indescifrable que fue Shakespeare.
Las modificaciones de la nube.
La simétrica rosa momentánea
Que el azar dio una vez a los ocultos
Cristales del pueril calidoscopio.
Los remos de Argos, la primera nave.
Las pisadas de arena que la ola
Soñolienta y fatal borra en la playa.
Los colores de Turner cuando apagan
Las luces en la recta galería
Y no resuena un paso en la alta noche.
El revés del prolijo mapamundi.
La tenue telaraña en la pirámide.
La piedra ciega y la curiosa mano.
El sueño que he tenido antes del alba
Y que olvidé cuando clareaba el día.
El principio y el fin de la epopeya
De Finsburh, hoy unos contados versos
De hierro, no gastado por los siglos.
La letra inversa en el papel secante.
La tortuga en el fondo del aljibe.
Lo que no puede ser. El otro cuerno
Del unicornio. El Ser que es Tres y es Uno.
El disco triangular. El inasible
Instante en que la flecha del eleata,
Inmóvil en el aire, da en el blanco.
La flor entre las páginas de Bécquer.
El péndulo que el tiempo ha detenido.
El acero que Odín clavó en el árbol.

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El texto de las no cortadas hojas.
El eco de los cascos de la carga
De Junín, que de algún eterno modo
No ha cesado y es parte de la trama.
La sombra de Sarmiento en las aceras.
La voz que oyó el pastor en la montaña.
La osamenta blanqueando en el desierto.
La bala que mató a Francisco Borges.
El otro lado del tapiz. Las cosas
Que nadie mira, salvo el Dios de Berkeley.

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EL AMENAZADO
Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa máscara ha
cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué me servirán mis talismanes: el
ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el
áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la
Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra
militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave,
ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la
paz.
Es, ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria,
el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan las hordas.
(Esta habitación es irreal, ella no la ha visto).
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.

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PROTEO

Antes que los remeros de Odiseo


Fatigaran el mar color de vino
Las inasibles formas adivino
De aquel dios cuyo nombre fue Proteo.
Pastor de los rebaños de los mares
Y poseedor del don de profecía,
Prefería ocultar lo que sabía
Y entretejer oráculos dispares.
Urgido por las gentes asumía
La forma de un león o de una hoguera
O de árbol que da sombra a la ribera
O de agua que en el agua se perdía.
De Proteo el egipcio no te asombres,
Tú, que eres uno y eres muchos hombres.

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OTRA VERSIÓN DE PROTEO

Habitador de arenas recelosas,


Mitad dios y mitad bestia marina,
Ignoró la memoria, que se inclina
Sobre el ayer y las perdidas cosas.
Otro tormento padeció Proteo
No menos cruel, saber lo que ya encierra
El porvenir: la puerta que se cierra
Para siempre, el troyano y el aqueo.
Atrapado, asumía la inasible
Forma del huracán o de la hoguera
O del tigre de oro o la pantera
O de agua que en el agua es invisible.
Tú también estás hecho de inconstantes
Ayeres y mañanas. Mientras, antes…

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HABLA UN BUSTO DE JANO

Nadie abriere o cerrare alguna puerta


Sin honrar la memoria del Bifronte,
Que las preside. Abarco el horizonte
De inciertos mares y de tierra cierta.
Mis dos caras divisan el pasado
Y el porvenir. Los veo y son iguales
Los hierros, las discordias y los males
Que Alguien pudo borrar y no ha borrado
Ni borrará. Me faltan las dos manos
Y soy de piedra inmóvil. No podría
Precisar si contemplo una porfía
Futura o la de ayeres hoy lejanos.
Veo mi ruina: la columna trunca
Y las caras, que no se verán nunca.

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EL GAUCHO

Hijo de algún confín de la llanura


Abierta, elemental, casi secreta,
Tiraba el firme lazo que sujeta
Al firme toro de cerviz oscura.

Se batió con el indio y con el godo,


Murió en reyertas de baraja y taba;
Dio su vida a la patria, que ignoraba,
Y así perdiendo, fue perdiendo todo.

Hoy es polvo de tiempo y de planeta;


Nombres no quedan, pero el nombre dura.
Fue tantos otros y hoy es una quieta
Pieza que mueve la literatura.

Fue el matrero, el sargento y la partida.


Fue el que cruzó la heroica cordillera.
Fue soldado de Urquiza o de Rivera,
Lo mismo da. Fue el que mató a Laprida.

Dios le quedaba lejos. Profesaron


La antigua fe del hierro y del coraje,
Que no consiente súplicas ni gaje.
Por esa fe murieron y mataron.

En los azares de la montonera


Murió por el color de una divisa;
Fue el que no pidió nada, ni siquiera
La gloria, que es estrépito y ceniza.

Fue el hombre gris que, oscuro en la pausa


Penumbra del galpón, sueña y matea,
Mientras en el Oriente ya clarea
La luz de la desierta madrugada.

Nunca dijo: Soy gaucho. Fue su suerte


No imaginar la suerte de los otros.
No menos ignorante que nosotros,
No menos solitario, entró en la muerte.

ebookelo.com - Página 35
LA PANTERA

Tras los fuertes barrotes la pantera


Repetirá el monótono camino
Que es (pero no lo sabe) su destino
De negra joya, aciaga y prisionera.
Son miles las que pasan y son miles
Las que vuelven, pero es una y eterna
La pantera fatal que en su caverna
Traza la recta que un eterno Aquiles
Traza en el sueño que ha soñado el griego.
No sabe que hay praderas y montañas
De ciervos cuyas trémulas entrañas
Deleitarían su apetito ciego.
En vano es vario el orbe. La jornada
Que cumple cada cual ya fue fijada.

ebookelo.com - Página 36

Un solo hombre ha nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra.
Afirmar lo contrario es mera estadística, es una adición imposible.
No menos imposible que sumar el olor de la lluvia y el sueño que antenoche
soñaste.
Ese hombre es Ulises, Abel, Caín, el primer hombre que ordenó las
constelaciones, el hombre que erigió la primer pirámide, el hombre que escribió los
hexagramas del Libro de los Cambios, el forjador que grabó runas en la espada de
Hengist, el arquero Einar Tamberskelver, Luis de León, el librero que engendró a
Samuel Jonson, el jardinero de Voltaire, Darwin en la proa del Beagle, un judío en la
cámara letal, con el tiempo, tú y yo.
Un solo hombre ha muerto el Ilión, en el Metauro, en Hastings, en Austerlitz, en
Trafalgar, en Gettysburg.
Un solo hombre ha muerto en los hospitales, en barcos, en la ardua soledad, en la
alcoba del hábito y del amor.
Un solo hombre ha mirado la vasta aurora.
Un solo hombre ha sentido en el paladar la frescura del agua, el sabor de las frutas
y de la carne.
Hablo del único, del uno, del que siempre está solo.
Norman, Oklahoma

ebookelo.com - Página 37
POEMA DE LA CANTIDAD

Pienso en el parco cielo puritano


De solitarias y perdidas luces
Que Emerson miraría tantas noches
Desde la nieve y el rigor de Concord.
Aquí son demasiadas las estrellas.
El hombre es demasiado. Las innúmeras
Generaciones de aves y de insectos,
Del jaguar constelado y de la sierpe,
De ramas que se tejen y entretejen,
Del café, de la arena y de las hojas
Oprimen las mañanas y prodigan
Su minucioso laberinto inútil.
Acaso cada hormiga que pisamos
Es única ante Dios, que la precisa
Para la ejecución de las puntuales
Leyes que rigen su curioso mundo.
Si así no fuera, el universo entero
Sería un error y un oneroso caos.
Los espejos del ébano y del agua,
El espejo inventivo de los sueños,
Los líquenes, los peces, las madréporas,
Las filas de tortugas en el tiempo,
Las luciérnagas de una sola tarde,
Las dinastías de las araucarias,
Las perfiladas letras de un volumen
Que la noche no borra, son sin duda
No menos personales y enigmáticas
Que yo, que las confundo. No me atrevo
A juzgar la lepra o a Calígula.
San Pablo, 1970

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EL CENTINELA

Entra la luz y me recuerdo; ahí está.


Empieza por decirme su nombre, que es (ya se entiende) el mío.
Vuelvo a la esclavitud que ha durado más de siete veces diez años.
Me impone su memoria.
Me impone las miserias de cada día, la condición humana.
Soy su viejo enfermero; me obliga a que le lave los pies.
Me acecha en los espejos; en la caoba, en los cristales de las tiendas
Una u otra mujer lo ha rechazado y debo compartir su congoja.
Me dicta ahora este poema, que no me gusta.
Me exige el nebuloso aprendizaje del terco anglosajón.
Me ha convertido al culto idolátrico de militares muertos, con los que acaso no
podría cambiar una sola palabra.
En el último tramo de la escalera siento que está a mi lado.
Está en mis pasos, en mi voz.
Minuciosamente lo odio.
Advierto con fruición que casi no ve.
Estoy en una celda circular y el infinito muro se estrecha.
Ninguno de los dos engaña al otro, pero los dos mentimos.
Nos conocemos demasiado, inseparable hermano.
Bebes el agua de mi copa y devoras mi pan.
La puerta del suicida está abierta, pero los teólogos afirma que en la sombra
ulterior del otro reino estaré yo, esperándome.

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EL IDIOMA ALEMAN

Mi destino es la lengua castellana,


El bronce de Francisco de Quevedo,
Pero en la lenta noche caminada
Me exaltan otras músicas más íntimas.
Alguna me fue dada por la sangre—
Oh voz de Shakespeare y de la Escritura—,
Otras por el azar, que es dadivoso,
Pero a ti, dulce lengua de Alemania,
Te he elegido y buscado, solitario.
A través de vigilias y gramáticas,
De la jungla de las declinaciones,
Del diccionario, que no acierta nunca
Con el matiz preciso, fui acercándome.
Mis noches están llenas de Virgilio,
Dije una vez; también pude haber dicho
De Hólderlin y de Angelus Silesius.
Heine me dio sus altos ruiseñores,
Goethe, la suerte de un amor tardío,
A la vez indulgente y mercenario;
Keller, la rosa que una mano deja
En la mano de un muerto que la amaba
Y que nunca sabrá si es blanca o roja.
Tú, lengua de Alemania, eres tu obra
Capital: el amor entrelazado
De las voces compuestas, las vocales
Abiertas, los sonidos que permiten
El estudioso hexámetro del griego
Y tu rumor de selvas y de noches.
Te tuve alguna vez. Hoy, en la linde
De los años cansados, te diviso
Lejana como el álgebra y la luna.

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AL TRISTE

Ahí está lo que fue: la terca espada


Del sajón y su métrica de hierro,
Los mares y las islas del destierro
Del hijo de Laertes, la dorada
Luna del persa y los sin fin jardines
De la filosofía y de la historia,
El oro sepulcral de la memoria
Y en la sombra el olor de los jazmines.
Y nada de eso importa. El resignado
Ejercicio del verso no te salva
Ni las aguas del sueño ni la estrella
Que en la arrasada noche olvida el alba.
Una sola mujer es tu cuidado,
Igual a las demás, pero que es ella.

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EL MAR

El mar. El joven mar. El mar de Ulises


Y el de aquel otro Ulises que la gente
Del Islam apodó famosamente
Es-Sindibad del Mar. El mar de grises
Olas de Erico el Rojo, alto en su proa.
Y el de aquel caballero que escribía
A la vez la epopeya y la elegía
De su patria, en la ciénaga de Goa.
El mar de Trafalgar. El que Inglaterra
Cantó a lo largo de su larga historia,
El arduo mar que ensangrentó de gloria
En el diario ejercicio de la guerra.
El incesante mar que en la serena
Mañana surca la infinita arena.

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AL PRIMER POETA DE HUNGRÍA

En esta fecha para ti futura


Que no alcanza el augur que la prohibida
Forma del porvenir ve en los planetas
Ardientes o en las vísceras del toro,
Nada me costaría, hermano y sombra,
Buscar tu nombre en las enciclopedias
Y descubrir que ríos reflejaron
Tu rostro, que hoy es perdición y polvo,
Y que reyes, que ídolos, que espadas,
Que resplandor de tu infinita Hungría,
Elevaron tu voz al primer canto.
Las noches y los mares nos apartan,
Las modificaciones seculares,
Los climas, los imperios y las sangres
Pero nos une indescifrablemente,
El misterioso amor de las palabras,
Este hábito de sones y de símbolos.
Análogo al arquero del eleata,
Un hombre solo en una tarde hueca
Deja correr sin fin esta imposible
Nostalgia, cuya meta es una sombra.
No nos veremos nunca cara a cara,
Oh antepasado que mi voz no alcanza.
Para ti ni siquiera soy un eco;
Para mi soy un ansia y un arcano,
Una isla de magia y de temores,
Como lo son tal vez todos los hombres,
Como lo fuiste tu, bajo otros astros.

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EL ADVENIMIENTO

Soy el que fui en el alba, entre la tribu.


Tendido en mi rincón de la caverna,
Pujaba por hundirme en las oscuras
Aguas del sueño. Espectros de animales
Heridos por la esquirla de la flecha
Daban horror a las tinieblas. Algo,
Quizá la ejecución de una promesa,
La muerte de un rival en la montaña,
Quizá el amor, quizá una piedra mágica,
Me había sido otorgado. Lo he perdido.
Gastada por los siglos, la memoria
Sólo guarda esa noche y su mañana.
Yo anhelaba y temía. Bruscamente
Oí el sordo tropel interminable
De una manada atravesando el alba.
Arco de roble, flechas que se clavan,
Los dejé y fui corriendo hasta la grieta
Que se abre en el confín de la caverna.
Fue entonces que los vi. Brasa rojiza,
Crueles los cuernos, montañoso el lomo
Y lóbrega la crin como los ojos
Que acechaban malvados. Eran miles.
Son los bisontes, dije. La palabra
No había pasado nunca por mis labios,
Pero sentí que tal era su nombre.
Era como si nunca hubiera visto,
Como si hubiera estado ciego y muerto
Antes de los bisontes de la aurora.
Surgían de la aurora. Eran la aurora.
No quise que los otros profanaran
Aquel pesado río de bruteza
Divina, de ignorancia, de soberbia,
Indiferente como las estrellas.
Pisotearon un perro del camino;
Lo mismo hubieran hecho con un hombre.
Después los trazaría en la caverna
Con ocre y bermellón. Fueron los Dioses
Del sacrificio y de las preces. Nunca
Dijo mi boca el nombre de Altamira.

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Fueron muchas mis formas y mis muertes.

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LA TENTACIÓN

El general Quiroga va a su entierro;


Lo invita el mercenario Santos Pérez
Y sobre Santos Pérez está Rosas,
La recóndita araña de Palermo.
Rosas, a fuer de buen cobarde, sabe
Que no hay entre los hombres uno solo
Más vulnerable y frágil que el valiente.
Juan Facundo Quiroga es temerario
Hasta la insensatez. El hecho puede
Merecer el examen de su odio.
Ha resuelto matarlo. Piensa y duda.
Al fin da con el arma que buscaba.
Será la sed y el hambre del peligro.
Quiroga parte al Norte. El mismo Rosas
Le advierte, casi al pie de la galera,
Que circula rumores de que López
Premedita su muerte. Le aconseja
No acometer la osada travesía
Sin una escolta. Él mismo se la ofrece.
Facundo ha sonreído. No precisa
Laderos. Él se basta. La crujiente
Galera deja atrás las poblaciones.
Leguas de larga lluvia la entorpecen.
Neblina y lodo y las crecidas aguas.
Al fin avistan Córdoba. Los miran
Como si fueran sus fantasmas. Todos
Los daban ya por muertos. Antenoche
Córdoba entera ha visto a Santos Pérez
Distribuir las espadas. La partida
Es de treinta jinetes de la sierra.
Nunca se ha urdido un crimen de manera
Más descarada, escribirá Sarmiento.
Juan Facundo Quiroga no se inmuta.
Sigue al Norte. En Santiago del Estero
Se da a los naipes y a su hermoso riesgo.
Entre el ocaso y la alborada pierde
O gana centenares de onzas de oro.
Arrecian las alarmas. Bruscamente
Resuelven regresar y da la orden.

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Por esos descampados y esos montes
Retoman los caminos del peligro.
En un sitio llamado el Ojo de Agua
El maestro de posta le revela
Que por ahí ha pasado la partida
Que tiene por misión asesinarlo
Y que lo espera en un lugar que nombra.
Nadie debe escapar. Tal es la orden.
Así lo ha declarado Santos Pérez,
El capitán. Facundo no se arredra.
No ha nacido aún el hombre que se atreva
A matar a Quiroga, le responde.
Los otros palidecen y se callan.
Sobreviene la noche, en la que sólo
Duerme el fatal, el fuerte, que confía
En sus oscuros dioses. Amanece.
No volverán a ver otra mañana.
¿A qué concluir la historia que ya ha sido
Contada para siempre? La galera
Toma el camino de Barranca Yaco.

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1891

Apenas lo entreveo y ya lo pierdo.


Ajustado el decente traje negro,
La frente angosta y el bigote ralo,
Y con una chalina como todas,
Camina entre la gente de la tarde
Ensimismado y sin mirar a nadie.
En una esquina de la calle Piedras
Pide una caña brasilera. El hábito.
Alguien le grita adiós. No le contesta.
Hay en los ojos un rencor antiguo.
Otra cuadra. Una racha de milonga
Le llega desde un patio. Esos changangos
Están siempre amolando la paciencia,
Pero al andar se hamaca y no lo sabe.
Sube su mano y palpa la firmeza
Del puñal en la sisa del chaleco.
Va a cobrarse una deuda. Falta poco.
Unos pasos y el hombre se detiene.
En el zaguán hay una flor de cardo.
Oye el golpe del balde en el aljibe
Y una voz que conoce demasiado.
Empuja la cancel que aún está abierta
Como si lo esperaran. Esta noche
Tal vez ya lo habrán muerto.

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1929

Antes, la luz entraba más temprano


En la pieza que da al último patio;
Ahora la vecina casa de altos
Le quita el sol, pero en la vaga sombra
Su modesto inquilino está despierto
Desde el amanecer. Sin hacer ruido,
Para no incomodar a los de al lado,
El hombre está mateando y esperando.
Otro día vacío, como todos.
Y siempre los ardores de la úlcera.
Ya no hay mujeres en mi vida, piensa.
Los amigos lo aburren. Adivina
Que él también los aburre. Hablan de cosas
Que no alcanza, de arqueros y de cuadros.
No ha mirado la hora. Sin apuro
Se levanta y se afeita con inútil
Prolijidad. Hay que llenar el tiempo.
El rostro que el espejo le devuelve
Guarda el aplomo que antes era suyo.
Envejecemos más que nuestra cara,
Piensa, pero ahí están las comisuras,
El bigote ya gris, la hundida boca.
Busca el sombrero y sale. En el vestíbulo
Ve un diario abierto. Lee las grandes letras,
Crisis ministeriales en países
Que son apenas nombres. Luego advierte
La fecha de la víspera. Un alivio;
Ya no tiene por qué seguir leyendo.
Afuera, la mañana le depara
Su ilusión habitual de que algo empieza
Y los pregones de los vendedores.
En vano el hombre inútil dobla esquinas
Y pasajes y trata de perderse.
Ve con aprobación las casas nuevas,
Algo, tal vez el viento sur, lo anima.
Cruza Rivera, que hoy le dicen Córdoba,
Y no recuerda que hace muchos años
Que sus pasos la eluden. Dos, tres cuadras.
Reconoce una larga balaustrada,

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Los redondeles de un balcón de fierro,
Una tapia erizada de pedazos
De vidrio. Nada más. Todo ha cambiado.
Tropieza en una acera. Oye la burla
De unos muchachos. No los toma en cuenta.
Ahora está caminando más despacio.
De golpe se detiene. Algo ha ocurrido.
Ahí dónde ahora hay una heladería,
Estaba el Almacén de la Figura.
(La historia cuenta casi medio siglo.)
Ahí un desconocido de aire avieso
Le ganó un largo truco, quince y quince,
Y él malició que el juego no era limpio.
No quiso discutir, pero le dijo:
Ahí le entrego hasta el último centavo,
Pero después salgamos a la calle.
El otro contestó que con el fierro
No le iría mejor que con el naipe.
No había ni una estrella. Benavides
Le prestó su cuchillo. La pelea
Fue dura. En la memoria es un instante,
Un solo inmóvil resplandor, un vértigo.
Se tendió en una larga puñalada,
Que bastó. Luego en otra, por si acaso.
Oyó el caer del cuerpo y del acero.
Fue entonces que sintió por vez primera
La herida en la muñeca y vio la sangre.
Fue entonces que brotó de su garganta
Una mala palabra, que juntaba
La exultación, la ira y el asombro.
Tantos años y al fin ha rescatado
La dicha de ser hombre y ser valiente
O, por lo menos, la de haberlo sido
Alguna vez, en un ayer del tiempo.

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LA PROMESA
En Pringles, el doctor Isidro Lozano me refirió la historia. Lo hizo con tal economía
que comprendí que ya lo había hecho antes, como era de prever, muchas veces;
agregar o variar un pormenor sería un pecado literario.
"El hecho ocurrió aquí, hacia mil novecientos veintitantos. Yo había regresado de
Buenos Aires con mi diploma. Una noche me mandaron buscar del hospital. Me
levanté de mal humor, me vestí y atravesé la plaza desierta. En la sala de guardia, el
doctor Eudoro Ribera me dijo que a uno de los malevos del comité, Clemente Garay,
lo habían traído con una puñalada en el vientre. Lo examinamos; ahora me he
endurecido, pero entonces me sacudió ver a un hombre con los intestinos afuera.
Estaba con los ojos cerrados y la respiración era trabajosa.
El doctor Ribera me dijo:
—Ya no hay nada que hacer, mi joven colega. Vamos a dejar que se muera esta
porquería.
Le contesté que me había costeado hasta ahí a las dos de la mañana pasadas y que
haría lo posible para salvarlo. Ribera se encogió de hombros; lavé los intestinos, los
puse en su lugar y cosí la herida. No oí una sola queja.
Al otro día volví. El hombre no había muerto; me miró, me estrechó la mano y
me dijo:
−Para usted, gracias, y mi cabo de plata para Ribera. Cuando a Garay lo dieron de
alta, Ribera ya se había ido a Buenos Aires.
«Desde esa fecha, todos los años recibí un corderito el día de mi santo. Hacia el
cuarenta el regalo cesó».

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EL ESTUPOR
Un vecino de Morón me refirió el caso:
"Nadie sabe muy bien por qué se enemistaron Moritán y el Pardo Rivarola y de
un modo tan enconado. Los dos eran del partido conservador y creo que trabaron
amistad en el comité. No lo recuerdo a Moritán porque yo era muy chico cuando su
muerte. Dicen que la familia era de Entre Ríos. El Pardo lo sobrevivió muchos años.
No era caudillo ni cosa que se le parezca, pero tenía la pinta. Era más bien bajo y
pesado y muy rumboso en el vestir. Ninguno de los dos era flojo, pero el más
reflexivo era Rivarola, como luego se vio. Desde hace tiempo se la tenía jurada a
Moritán, pero quiso obrar con prudencia. Le doy la razón; si uno mata a alguien y
tiene que penar en la cárcel, actúa como un zonzo. El Pardo tramó bien lo que hacía.
Serían las siete de la tarde, un domingo. La plaza rebosaba de gente. Como
siempre, ahí estaba Rivarola caminando despacio, con su clavel en el ojal y su ropa
negra. Iba con su sobrina. De golpe la apartó, se sentó en cuclillas en el suelo y se
puso a aletear y a cacarear como si fuera un gallo. La gente le abrió cancha, asustada.
¡Un hombre serio como el Pardo, haciendo esas cosas, a la vista y paciencia de todo
Morón y en un día domingo! A la media cuadra dobló y, siempre cacareando y
aleteando, se metió en la casa de Moritán. Empujó la puerta cancel y de un brinco
estuvo en el patio. La turba se agolpaba en la calle. Moritán, que oyó la alharaca, se
vino desde el fondo. Al ver ese monstruoso enemigo que se le abalanzaba quiso ganar
las piezas, pero un balazo lo alcanzó y después otro. A Rivarola se lo llevaron entre
dos vigilantes. El hombre forcejeó, cacareando.
Al mes estaba en libertad. El médico forense declaró que había sido víctima de un
brusco ataque de locura. ¿Acaso el pueblo entero no lo había visto, conduciéndose
como un gallo?

ebookelo.com - Página 52
LOS CUATRO CICLOS
Cuatro son las historias, una, la más antigua, es la de una fuerte ciudad que cercan y
defienden hombres valientes. Los defensores saben que la ciudad será entregada al
hierro y al fuego y que su batalla es inútil; el más famoso de los agresores, Aquiles,
sabe que su destino es morir antes de la victoria. Los siglos fueron agregando
elementos de magia. Se dijo que Helena de Troya, por la cual los ejércitos murieron,
era una hermosa nube, una sombra; se dijo que el gran caballo griego en el que se
ocultaron los griegos, era también una apariencia. Homero no habrá sido el primer
poeta que refirió la fábula; alguien, en el siglo catorce, dejó esta línea que anda por
mi memoria: The borgh brittened and brent to brontes and ashes.[3] Dante Daniel
Rosetti, imaginaría que la suerte de Troya quedó sellada en aquel instante en que
Paris arde en amor de Helena; Yeats elegirá el instante en que se confunden Leda y el
cisne que era un dios.
Otra, que se vincula a la primera, es la del regreso. El de Ulises, que, al cabo de
diez años de errar por mares peligrosos y de demorarse en islas de encantamiento,
vuelve a su Ítaca; el de las divinidades del Norte que, una vez destruida la tierra, la
ven surgir del mar, verde y lúcida, y hallan perdidas en el césped las piezas de ajedrez
con que antes jugaron.
La tercera historia es la de una busca. Podemos ver en ella una variación de la
forma anterior. Jasón y el Vellocino; los treinta pájaros del persa, que cruzan mares y
montañas y ven la cara de su Dios, el Simurgh, que es cada uno de ellos y todos. En
el pasado toda empresa era venturosa. Alguien robaba, al fin, las prohibidas
manzanas de oro; alguien, al fin, merecía la conquista de Grial, Ahora, la busca está
condenada al fracaso. El capitán Ahab da con la ballena y la ballena lo deshace; los
héroes de James o de Kafka sólo pueden esperar la derrota. Somos tan pobres de
valor y de fe, que ya el happy-ending no es otra cosa que un halago industrial. No
podemos creer en el cielo, pero sí en el infierno.
La última historia es la del sacrificio de un dios. Attis, en Frigia, se mutila y se
mata; Odín, sacrificando a Odín, Él mismo a Sí mismo, pende del árbol nueve noches
enteras y es herido de lanza; Cristo es crucificado por los romanos.
Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda seguiremos
narrándolas, transformadas.

ebookelo.com - Página 53
EL SUEÑO DE
PEDRO ENRÍQUEZ UREÑA
El sueño que Pedro Henríquez Ureña tuvo en el alba de uno de los días de 1946
curiosamente no constaba de imágenes sino de pausadas palabras. La voz que las
decía no era la suya pero se parecía a la suya. El tono, pese a las posibilidades
patéticas que el tema permitía, era impersonal y común. Durante el sueño, que fue
breve. Pero sabía que estaba durmiendo en su cuarto y que su mujer estaba a su lado.
En la oscuridad el sueño le dijo:
Hará unas cuantas noches, en una esquina de la calle de Córdoba, discutiste con
Borges la invocación del anónimo sevillano; Oh Muerte, ven callada como sueles
venir en la saeta. Sospecharon que era el eco deliberado de algún texto latino, ya que
esas traslaciones correspondían a los hábitos de una época, del todo ajeno a nuestro
concepto de plagio, sin duda menos literario que comercial. Lo que no sospecharon,
lo que no podían sospechar, es que el diálogo era profético. Dentro de unas horas, te
apresurarás por el último andén de Constitución, para dictar tu clase en la universidad
de La Plata. Alcanzarás el tren, pondrás la cartera en la red y te acomodarás en tu
asiento, junto a la ventanilla. Alguien, cuyo nombre no sé pero cuya cara estoy
viendo, te dirigirá unas palabras. No le contestarás, porque estarás muerto. Ya te
habrás despedido como siempre de tu mujer y de tus hijas. No recordarás este sueño
porque tu olvido es necesario para que se cumplan los hechos

ebookelo.com - Página 54
EL PALACIO
El Palacio no es infinito.
Los muros, los terraplenes, los jardines, los laberintos, las gradas, las terrazas, los
antepechos, las puertas, las galerías, los patios circulares o rectangulares, los
claustros, las encrucijadas, los aljibes, las antecámaras, las cámaras, las alcobas, las
bibliotecas, los desvanes, las cárceles, las celdas sin salida y los hipogeos, no son
menos cuantiosos que los granos de arena del Ganges, pero su cifra tiene un fin.
Desde las azoteas, hacia el poniente, no falta quien divise las herrerías, las
carpinterías, las caballerizas, los astilleros y las chozas de los esclavos.
A nadie le está dado recorrer más que una parte infinitesimal del palacio. Alguno
no conoce sino los sótanos. Podemos percibir unas caras, unas voces, unas palabras,
pero lo que percibimos es ínfimo. Ínfimo y precioso a la vez. La fecha que el acero
graba en la lápida y que los libros parroquiales registran es posterior a nuestra
muerte; ya estamos muertos cuando nada nos toca, ni una palabra, ni un anhelo, ni
una memoria. Yo sé que no estoy muerto.

ebookelo.com - Página 55
HENGIST QUIERE HOMBRES
(449 A.D.)

Hengist quiere hombres.


Acudirán de los confines de arena que se pierden en largos mares, de chozas
llenas de humo, de tierras pobres, de hondos bosques, de lobos, en cuyo centro
indefinido está el Mal.
Los labradores dejarán el arado y los pescadores las redes.
Dejarán sus mujeres y sus hijos, porque el hombre sabe que en cualquier lugar de
la noche puede hallarlas y hacerlos.
Hengist el mercenario quiere hombres.
Los quiere para debelar una isla que todavía no se llama Inglaterra.
Lo seguirán sumisos y crueles.
Saben que siempre fue el primero en la batalla de hombres.
Saben que una vez olvidó su deber de venganza y que le dieron una espada
desnuda y que la espada hizo su obra.
Atravesarán a remo los mares, sin brújula y sin mástil.
Traerán espadas y broqueles, yelmos con la forma del jabalí, conjuros para que se
multipliquen las mieses, vagas cosmogonías, fábulas de los hunos y de los godos.
Conquistarán la tierra, pero nunca entrarán en las ciudades que Roma abandonó,
porque son cosas demasiado complejas para su mente bárbara.
Hengist los quiere para la victoria, para el saqueo, para la corrupción de la carne y
para el olvido.
Hengist los quiere (pero no lo sabe) para la fundación del mayor imperio, para
que canten Shakespeare y Whitman, para que dominen el mar las naves de Nelson,
para que Adán y Eva se alejen, tomados de la mano y silenciosos, del Paraíso que han
perdido.
Hengist los quiere (pero no lo sabrá) para que yo trace estas letras.

ebookelo.com - Página 56
EPISODIO DEL ENEMIGO
Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la
ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con un
bastón, con un torpe bastón que en viejas manos no podía ser un arma sino un báculo.
Me costó percibir lo que esperaba: el débil golpe contra la puerta. Miré, no sin
nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro
sobre los sueños, libro un tanto anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido,
pensé. Tuve que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio
unos pasos inciertos, soltó el bastón que no volví ver, y cayó en mi cama, rendido. Mi
ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero sólo entonces noté que se parecía,
de un modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la tarde.
Me incliné sobre él para que me oyera.
−Uno cree que los años pasan para uno −le dije− pero pasan también para los
demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido.
Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha
estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver.
Me dijo entonces con voz firme:
−Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Lo tengo ahora mi merced y
no soy misericordioso.
Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y sólo las palabras podían
salvarme. Atiné a decir:
−Es verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es aquel niño ni
yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el
perdón.
−Precisamente porque ya no soy aquel niño −me replicó− tengo que matarlo. No
se trata de una venganza sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son
meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.
−Puedo hacer una cosa −le contesté.
−¿Cuál? −me preguntó
−Despertarme.
Y así lo hice.

ebookelo.com - Página 57
A ISLANDIA

De las regiones de la hermosa tierra


Que mi carne y su sombra han fatigado
Eres la más remota y la más íntima,
Última Thule, Islandia de las naves,
Del terco arado y del constante remo,
De las tendidas redes marineras,
De esa curiosa luz de tarde inmóvil
Que efunde el vago cielo desde el alba
Y del viento que busca los perdidos
Velámenes del viking. Tierra sacra
Que fuiste la memoria de Germania
Y rescataste su mitología
De una selva de hierro y de su lobo
Y de la nave que los dioses temen,
Labrada con las uñas de los muertos.
Islandia, te he soñado largamente
Desde aquella mañana en que mi padre
Le dio al niño que he sido y que no ha muerto
Una versión de la Völsunga Saga
Que ahora está descifrando mi penumbra
Con la ayuda del lento diccionario.
Cuando el cuerpo se cansa de su hombre,
Cuando el fuego declina y ya es ceniza,
Bien está el resignado aprendizaje
De una empresa infinita; yo he elegido
El de tu lengua, ese latín del Norte
Que abarcó las estepas y los mares
De un hemisferio y resonó en Bizancio
Y en las márgenes vírgenes de América.
Sé que no lo sabré, pero me esperan
Los eventuales dones de la busca,
No el fruto sabiamente inalcanzable.
Lo mismo sentirán quienes indagan
Los astros o la serie de los números…
Sólo el amor, el ignorante amor, Islandia.

ebookelo.com - Página 58
EL ESPEJO

¿Por qué persistes, incesante espejo?


¿Por qué duplicas, misterioso hermano,
El menor movimiento de mi mano?
¿Por qué en la sombra el súbito reflejo?
Eres el otro yo de que habla el griego
Y acechas desde siempre. En la tersura
Del agua incierta o del cristal que dura
Me buscas y es inútil estar ciego.
El hecho de no verte y de saberte
Te agrega horror, cosa de magia que osas
Multiplicar la cifra de las cosas
Que somos y que abarcan nuestra suerte.
Cuando esté muerto, copiarás a otro
Y luego a otro, a otro, a otro, a otro…

ebookelo.com - Página 59
A UN GATO

No son más silenciosos los espejos


Ni más furtiva el alba aventurera;
Eres, bajo la luna, esa pantera
Que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
Divino, te buscamos vanamente;
Más remoto que el Ganges y el poniente,
Tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
Caricia de mi mano. Has admitido,
Desde esa eternidad que ya es olvido,
El amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
De un ámbito cerrado como un sueño.

ebookelo.com - Página 60
EAST LANSING

Los días y las noches


están entretejidos (interwoven) de memoria y de miedo,
de miedo, que es un modo de la esperanza,
de memoria, nombre que damos a las grietas del obstinado olvido.
Mi tiempo ha sido siempre un Jano bifronte
que mira el ocaso y la aurora;
mi propósito de hoy es celebrarte, oh futuro inmediato.
Regiones de la Escritura y del hacha,
árboles que miraré y no veré,
viento con pájaros que ignoro, gratas noches de frío
que irán hundiéndose en el sueño y tal vez en la patria,
llaves de luz y puertas giratorias que con el tiempo serán hábitos,
despertares en que me diré Hoy es Hoy,
Libros que mi mano conocerá,
amigos y amigas que serán voces,
arenas amarillas del poniente, el único color que me queda,
todo eso estoy cantando y asimismo
la insufrible memoria de lugares de Buenos Aires
en los que no he sido feliz
y en los que no podré ser feliz.

Canto en la víspera tu crepúsculo, East Lansing,


Sé que las palabras que dicto son acaso precisas,
Pero sutilmente serán falsas,
Porque la realidad es inasible
Y porque el lenguaje es una orden de signos rígidos.
Michigan, Indiana, Wisconsin, Iowa, Texas, California, Arizona:
Ya intentaré cantarlas.
9 de marzo de 1972.

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AL COYOTE

Durante siglos la infinita arena


De los muchos desiertos ha sufrido
Tus pasos numerosos y tu aullido
De gris chacal o de insaciada hiena.
¿Durante siglos? Miento. Esa furtiva
Substancia, el tiempo, no te alcanza, lobo;
Tuyo es el puro ser, tuyo el arrobo,
Nuestra, la torpe vida sucesiva.
Fuiste un ladrido casi imaginario
En el confín de arena de Arizona
Donde todo es confín, donde se encona
Tu perdido ladrido solitario.
Símbolo de una noche que fue mía,
Sea tu vago espejo esta elegía.

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UNA MAÑANA

Loada sea la misericordia


De Quien, ya cumplidos mis setenta años
Y sellados mis ojos,
Me salva de la venerada vejez
Y de las galerías de precisos espejos
De los días iguales
Y de los protocolos, marcos y cátedras
Y de la firma de incansables planillas
Para los archivos del polvo
Y de los libros, que son simulacros de la memoria,
Y me prodiga el animoso destierro,
Que es acaso la forma fundamental del destino argentino,
Y el azar y la joven aventura
Y la dignidad del peligro,
Según dictaminó Samuel Johnson.
Yo, que padecí la vergüenza
De no haber sido aquel Francisco Borges que murió en 1974
O mi padre, que enseñó a sus discípulos
El amor de la psicología y no creyó en ella,
Olvidaré las letras que me dieron alguna fama,
Seré hombre de Austin, de Edimburgo, de España,
Y buscaré la aurora en mi Occidente.
En la ubicua memoria serás mía,
Patria, no en la fracción de cada día.

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EL ORO DE LOS TIGRES

Hasta la hora del ocaso amarillo


Cuántas veces habré mirado
Al poderoso tigre de Bengala
Ir y venir por el predestinado camino
Detrás de los barrotes de hierro,
Sin sospechar que eran su cárcel.
Después vendrían otros tigres,
El tigre de fuego de Blake;
Después vendrían otros oros,
El metal amoroso que era Zeus,
El anillo que cada nueve noches
Engendra nueve anillos y éstos, nueve,[4]
Y no hay un fin.
Con los años fueron dejándome
Los otros hermosos colores
Y ahora sólo me quedan
La vaga luz, la inextricable sombra
Y el oro del principio.
Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores
Del mito y de la épica,
Oh un oro más precioso, tu cabello
Que ansían estas manos.
East Lansing, 1972.

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JORGE FRANCISCO ISIDORO LUIS BORGES. (Buenos Aires, 24 de agosto de
1899–Ginebra, 14 de junio de 1986). Fue un escritor argentino y uno de los autores
más destacados de la literatura del siglo XX.
Jorge Luis Borges procedía de una familia de próceres que contribuyeron a la
independencia del país. Su antepasado, el coronel Isidro Suárez, había guiado a sus
tropas a la victoria en la mítica batalla de Junín; su abuelo Francisco Borges también
había alcanzado el rango de coronel. Pero fue su padre, Jorge Guillermo Borges
Haslam, quien rompiendo con la tradición familiar se empleó como profesor de
psicología e inglés. Estaba casado con la uruguaya Leonor Acevedo Suárez, y con
ella y el resto de su familia abandonó la casa de los abuelos donde había nacido Jorge
Luis y se trasladó al barrio de Palermo, a la calle Serrano 2135.
En su casa se hablaba en español e inglés, así que desde su niñez Borges fue bilingüe,
y aprendió a leer inglés antes que castellano, a los cuatro años y por influencia de su
abuela materna. Estudió primaria en Palermo y tuvo una institutriz inglesa. En 1914
su padre se jubila por problemas de visión, trasladándose a Europa con el resto de su
familia y, tras recorrer Londres y París, se ve obligada a instalarse en Ginebra (Suiza)
al estallar la Primera Guerra Mundial, donde el joven Borges estudió francés y cursó
el bachillerato en el Lycée Jean Clavin.
Es en este país donde entra en contacto con los expresionistas alemanes, y en 1918, a
la conclusión de la Primera Guerra Mundial, se relacionó en España con los poetas
ultraístas, que influyeron poderosamente en su primera obra lírica. Tres años más

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tarde, ya de regreso en Argentina, introdujo en este país el ultraísmo a través de la
revista Proa, que fundó junto a Güiraldes, Bramón, Rojas y Macedonio Fernández.
Por entonces inició también su colaboración en las revistas Sur, dirigida por Victoria
Ocampo y vinculada a las vanguardias europeas, y Revista de Occidente, fundada y
dirigida por el filósofo español José Ortega y Gasset. Más tarde escribió, entre otras
publicaciones, en Martín Fierro, una de las revistas clave de la historia de la literatura
argentina de la primera mitad del siglo XX. No obstante su formación europeísta,
siempre reivindicó temáticamente sus raíces argentinas, y en particular porteñas.
Ciego desde 1955 por la enfermedad congénita que había dejado también sin visión a
su padre, desde entonces requerirá permanentemente de la solicitud de su madre y de
un escogido círculo de amistades que no dudan en realizar con él una solidaria labor
amanuense, colaboración que resultará muy fructífera. Borges accedió a casarse en
1967 con una ex novia de juventud, Elsa Astete, por no contrariar a su madre, pero el
matrimonio duró sólo tres años y fue «blanco». La noche de bodas la pasó cada uno
en su casa. Sus amigos coinciden en que el día más triste de su vida fue el 8 de julio
de 1975, cuando tras una larga agonía fallece su madre.
Fue profesor de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires —donde obtiene
la cátedra en 1956—, presidente de la Asociación de Escritores Argentinos y director
de la Biblioteca Nacional, cargo del que fue destituido por el régimen peronista y en
el que fue repuesto a la caída de éste, en 1955. Tradujo al castellano a importantes
escritores estadounidenses, como William Faulkner, y publicó con Bioy Casares una
Antología de la literatura fantástica (1940) y una Antología de la poesía gauchesca
(1956), así como una serie de narraciones policíacas, entre ellas Seis problemas para
don Isidro Parodi (1942) y Crónicas de Bustos Domecq (1967), que firmaron con el
seudónimo conjunto de H. Bustos Domecq.
Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y en
el pensamiento universal, y que además, ha sido objeto de minuciosos análisis y de
múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye todo tipo de
dogmatismo.
Es considerado uno de los eruditos más reconocidos del siglo XX. Ontologías
fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas,
múltiples historias universales, bestiarios lógicos, silogismos ornitológicos, éticas
narrativas, matemáticas imaginarias, thrillers teológicos, nostálgicas geometrías y
recuerdos inventados son parte del inmenso paisaje que las obras de Borges ofrecen
tanto a los estudiosos como al lector casual. Y sobre todas las cosas, la filosofía,
concebida como perplejidad, el pensamiento como conjetura, y la poesía, la forma
suprema de la racionalidad. Siendo un literato puro pero, paradójicamente, preferido
por los semióticos, matemáticos, filólogos, filósofos y mitólogos, Borges ofrece —a
través de la perfección de su lenguaje, de sus conocimientos, del universalismo de sus

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ideas, de la originalidad de sus ficciones y de la belleza de su poesía— una obra que
hace honor a la lengua española y la mente universal.
Doctor Honoris Causa por las universidades de Cuyo, los Andes, Oxford, Columbia,
East Lansing, Cincinnati, Santiago, Tucumán y La Sorbona, Caballero de la Orden
del Imperio Británico, miembro de la Academia de Artes y Ciencias de los Estados
Unidos y de la The Hispanic Society of America, algunos de los más importantes
premios que Borges recibió fueron el Nacional de Literatura, en 1957; el
Internacional de Editores, en 1961; el Premio Internacional de Literatura otorgado por
el Congreso Internacional de Editores en Formentor (Mallorca) compartido con
Samuel Beckett, en 1969; el Cervantes, máximo galardón literario en lengua
castellana, compartido con Gerardo Diego, en 1979; y el Balzan, en 1980. Tres años
más tarde, el gobierno español le concedió la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el
Sabio y el gobierno francés la Legión de Honor.
A pesar de su enorme prestigio intelectual y el reconocimiento universal que ha
merecido su obra, sus posturas políticas le impidieron ganar el Premio Nobel de
Literatura, al que fue candidato durante casi treinta años, posturas que evolucionaron
desde el izquierdismo juvenil al nacionalismo y después a un liberalismo escéptico
desde el que se opuso al fascismo y al peronismo. Fue censurado por permanecer en
Argentina durante las dictaduras militares de la década de 1970, aunque jamás apoyó
a la Junta militar. Con la restauración democrática en 1983 se volvió más escéptico.
El 26 de abril de 1986 se casa por poderes en Colonia Rojas Silva, en el Chaco
paraguayo, con María Kodama —secretaria y acompañante de sus viajes desde 1975
—. El escritor nunca llegó a convivir con Kodama, con quien se casó 45 días antes de
su muerte. La apresurada boda, que levantó la suspicacia de algunos conocidos del
escritor y de los medios de comunicación, convirtió a Kodama en heredera de un gran
patrimonio tanto económico como intelectual. «Borges y yo somos una misma cosa,
pero la gente no puede entenderlo», sentenció. Kodama se convirtió en presidenta de
la Fundación Internacional Jorge Luis Borges.
El escritor falleció en Ginebra el 14 de junio de 1986.

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Notas

ebookelo.com - Página 68
[1] TAMERLÁN. Mi pobre Tamerlán había leído, a fines del siglo diecinueve, la

tragedia de Christopher Marlowe y algún manual de historia. <<

ebookelo.com - Página 69
[2] TANKAS. He querido adaptar a nuestra prosodia la estrofa japonesa que consta de

un primer verso de cinco sílabas, de uno de siete, de uno de cinco y de dos últimos de
siete. Quién sabe cómo sonarán estos ejercicios a oídos orientales. La forma original
prescinde asimismo de rimas. <<

ebookelo.com - Página 70
[3] LOS CUATRO CICLOS. El verso en inglés medio quiere decir La fortaleza rota y

reducida a incendio y cenizas. Pertenece al admirable poema aliterativo Sir Gawain


and the Green Knight, que guarda la primitiva música del sajón, aunque fue
compuesto siglos después de la conquista que dirigió Guillermo el Bastardo. <<

ebookelo.com - Página 71
[4] EL ORO DE LOS TIGRES. Para el anillo de las nueve noches, el curioso lector

puede interrogar el capítulo 49 de la Edda Menor. El nombre del anillo era Draupnir.
<<

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