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título de este volumen une el drama personal, las entrevisiones del color
amarillo de la ceguera, al tigre emblemático que cruza toda la obra de Jorge
Luis Borges. Esa combinación entre vida y literatura está acompañada por
algunas innovaciones en su arte poética. El uso de formas orientales, los
Tankas, y un tratamiento menos elusivo en los poemas de amor, como en el
magnífico «El amenazado», les otorgan a los versos un singular peso
emotivo. Sus virtudes descansan en las enumeraciones y accidentes
verbales y en la serena precisión para comunicar experiencias íntimas: el
paso del tiempo, las vacilaciones, la esperanza, las lecturas, la ausencia de
una voz deseada, la memoria y el olvido, los sueños, el cambiante rostro en
los espejos.
El oro de los tigres, colección de poemas y textos breves en prosa escritos
entre 1969 y 1972, es uno de los libros más delicados y directos de Borges.
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Jorge Luis Borges
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Título original: El oro de los tigres
Jorge Luis Borges, 1972
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PRÓLOGO
De un hombre que ha cumplido los setenta años que nos aconseja David poco
podemos esperar, salvo el manejo consabido de unas destrezas, una que otra ligera
variación y hartas repeticiones. Para eludir o para siquiera atenuar esa monotonía,
opté por aceptar, con tal vez temeraria hospitalidad, los misceláneos temas que se
ofrecieron a mi rutina de escribir. La parábola sucede a la confidencia, el verso libre
o blanco al soneto. En el principio de los tiempos, tan dócil a la vaga especulación y
a las inapelables cosmogonías, no habrá habido cosas poéticas o prosaicas. Todo
sería un poco mágico. Thor no era dios del trueno; era el trueno y el dios.
Para un verdadero poeta, cada momento de la vida, cada hecho, debería ser
poético, ya que profundamente lo es. Que yo sepa, nadie ha alcanzado hasta hoy esa
alta vigilia. Browning y Blake se acercaron más que otro alguno; Whitman, se la
propuso, pero sus deliberadas enumeraciones no siempre pasan de catálogos
insensibles. Descreo de las escuelas literarias, que juzgo simulacros para simplificar
lo que enseñan, pero si me obligaran a declarar de donde proceden mis versos, diría
que del modernismo, esa gran libertad que renovó muchas literaturas cuyo
instrumento común es el castellano y que llegó, por cierto hasta España. He
conversado más de una vez con Leopoldo Lugones, hombre solitario y soberbio; éste
solía desviar el curso del diálogo para hablar de «mi amigo Rubén Darío». (Creo,
por lo demás, que debemos recalcar las afinidades de nuestro idioma, no sus
regionalismos).
Mi lector notará en algunas páginas la preocupación filosófica. Fue mía desde
niño, cuando mi padre me reveló, con ayuda del tablero de ajedrez (que era, lo
recuerdo, de cedro) la carrera de Aquiles y la tortuga.
En cuanto a las influencias que se advertirán en este volumen… En primer
término, los escritores que prefiero —he nombrado ya a Robert Browning−; luego,
los que he leído y repito; luego, los que nunca he leído pero que están en mí. Un
idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de
símbolos.
J.L.B.
Buenos Aires, 1972.
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TAMERLÁN
(1336-1405)[1]
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Y embanderen de negro el firmamento
Para que no haya un hombre sólo que no sepa
Que los dioses han muerto. Soy los dioses.
Que otros acudan a la astrología
Judiciaria, al compás y al astrolabio,
Para saber qué son. Yo soy los astros.
En las albas inciertas me pregunto
Por qué no salgo nunca de esta cámara,
Por qué no condesciendo al homenaje
Del clamoroso oriente. Sueño a veces
Con esclavos, con intrusos, que mancillan
A Tamerlán con temeraria mano
Y le dicen que duerma y que no deje
De tomar cada noche las pastillas
Mágicas de la paz y del silencio.
Busco la cimitarra y no la encuentro.
Busco mi cara en el espejo; es otra.
Por eso lo rompí y me castigaron.
¿Por qué no asisto a las ejecuciones,
Por qué no veo el hacha y la cabeza?
Esas cosas me inquietan, pero nada
Puede ocurrir si Tamerlán se opone
Y Él, acaso, las quiere y no lo sabe.
Y yo soy Tamerlán. Rijo el poniente
Y el Oriente de oro, y sin embargo…
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ESPADAS
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EL PASADO
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Que ha obrado solo y que no tiene cómplices;
El soldado que muere en Normandía,
El soldado que muere en Galilea.
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TANKAS[2]
1
Alto en la cumbre
Todo el jardín es luna,
Luna de oro.
Más precioso es el roce
De tu boca en la sombra.
2
La voz del ave
Que la penumbra esconde
Ha enmudecido.
Andas por tu jardín.
Algo, lo sé, te falta.
3
La ajena copa,
La espada que fue espada
En otra mano,
La luna de la calle,
¿Dime, acaso no bastan?
4
Bajo la luna
El tigre de oro y sombra
Mira sus garras.
No sabe que en el alba
Han destrozado un hombre.
5
Triste la lluvia
Que sobre el mármol cae,
Triste ser tierra.
Triste no ser los días
Del hombre, el sueño, el alba.
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6
No haber caído,
Como otros de mi sangre,
En la batalla.
Ser en la vana noche
El que cuenta las sílabas.
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TRECE MONEDAS
UN POETA ORIENTAL
EL DESIERTO
LLUEVE
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ASTERION
UN POETA MENOR
La meta es el olvido.
Yo he llegado antes.
GÉNESIS, IV, 8
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NORTUMBRIA, 900 A. D.
MIGUEL DE CERVANTES
EL OESTE
ESTANCIA EL RETIRO
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En el patio. El crujido de una rama
Rasga la noche. Fuera la llanura
Leguas de polvo y sueño desparrama.
Sombras los dos, copiamos lo que dictan
Otras sombras: Heráclito y Gautama.
EL PRISIONERO
Una lima.
La primera de las pesadas puertas de hierro.
Algún día seré libre.
MACBETH
ETERNIDADES
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El repetido remo de Jasón, la joven espada de Sigurd.
Sólo perduran en el tiempo las cosas
Que no fueron del tiempo.
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SUSANA BOMBAL
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A JOHN KEATS
(1795-1821)
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SUEÑA ALONSO QUIJANO
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A UN CÉSAR
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EL CIEGO
A Mariona Grondona
II
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ON HIS BLINDNESS
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LA BUSCA
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LO PERDIDO
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H. O.
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RELIGIO MEDICI, 1643
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1971
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COSAS
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El texto de las no cortadas hojas.
El eco de los cascos de la carga
De Junín, que de algún eterno modo
No ha cesado y es parte de la trama.
La sombra de Sarmiento en las aceras.
La voz que oyó el pastor en la montaña.
La osamenta blanqueando en el desierto.
La bala que mató a Francisco Borges.
El otro lado del tapiz. Las cosas
Que nadie mira, salvo el Dios de Berkeley.
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EL AMENAZADO
Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa máscara ha
cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué me servirán mis talismanes: el
ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el
áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la
Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra
militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave,
ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la
paz.
Es, ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria,
el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan las hordas.
(Esta habitación es irreal, ella no la ha visto).
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
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PROTEO
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OTRA VERSIÓN DE PROTEO
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HABLA UN BUSTO DE JANO
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EL GAUCHO
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LA PANTERA
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TÚ
Un solo hombre ha nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra.
Afirmar lo contrario es mera estadística, es una adición imposible.
No menos imposible que sumar el olor de la lluvia y el sueño que antenoche
soñaste.
Ese hombre es Ulises, Abel, Caín, el primer hombre que ordenó las
constelaciones, el hombre que erigió la primer pirámide, el hombre que escribió los
hexagramas del Libro de los Cambios, el forjador que grabó runas en la espada de
Hengist, el arquero Einar Tamberskelver, Luis de León, el librero que engendró a
Samuel Jonson, el jardinero de Voltaire, Darwin en la proa del Beagle, un judío en la
cámara letal, con el tiempo, tú y yo.
Un solo hombre ha muerto el Ilión, en el Metauro, en Hastings, en Austerlitz, en
Trafalgar, en Gettysburg.
Un solo hombre ha muerto en los hospitales, en barcos, en la ardua soledad, en la
alcoba del hábito y del amor.
Un solo hombre ha mirado la vasta aurora.
Un solo hombre ha sentido en el paladar la frescura del agua, el sabor de las frutas
y de la carne.
Hablo del único, del uno, del que siempre está solo.
Norman, Oklahoma
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POEMA DE LA CANTIDAD
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EL CENTINELA
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EL IDIOMA ALEMAN
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AL TRISTE
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EL MAR
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AL PRIMER POETA DE HUNGRÍA
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EL ADVENIMIENTO
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Fueron muchas mis formas y mis muertes.
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LA TENTACIÓN
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Por esos descampados y esos montes
Retoman los caminos del peligro.
En un sitio llamado el Ojo de Agua
El maestro de posta le revela
Que por ahí ha pasado la partida
Que tiene por misión asesinarlo
Y que lo espera en un lugar que nombra.
Nadie debe escapar. Tal es la orden.
Así lo ha declarado Santos Pérez,
El capitán. Facundo no se arredra.
No ha nacido aún el hombre que se atreva
A matar a Quiroga, le responde.
Los otros palidecen y se callan.
Sobreviene la noche, en la que sólo
Duerme el fatal, el fuerte, que confía
En sus oscuros dioses. Amanece.
No volverán a ver otra mañana.
¿A qué concluir la historia que ya ha sido
Contada para siempre? La galera
Toma el camino de Barranca Yaco.
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1891
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1929
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Los redondeles de un balcón de fierro,
Una tapia erizada de pedazos
De vidrio. Nada más. Todo ha cambiado.
Tropieza en una acera. Oye la burla
De unos muchachos. No los toma en cuenta.
Ahora está caminando más despacio.
De golpe se detiene. Algo ha ocurrido.
Ahí dónde ahora hay una heladería,
Estaba el Almacén de la Figura.
(La historia cuenta casi medio siglo.)
Ahí un desconocido de aire avieso
Le ganó un largo truco, quince y quince,
Y él malició que el juego no era limpio.
No quiso discutir, pero le dijo:
Ahí le entrego hasta el último centavo,
Pero después salgamos a la calle.
El otro contestó que con el fierro
No le iría mejor que con el naipe.
No había ni una estrella. Benavides
Le prestó su cuchillo. La pelea
Fue dura. En la memoria es un instante,
Un solo inmóvil resplandor, un vértigo.
Se tendió en una larga puñalada,
Que bastó. Luego en otra, por si acaso.
Oyó el caer del cuerpo y del acero.
Fue entonces que sintió por vez primera
La herida en la muñeca y vio la sangre.
Fue entonces que brotó de su garganta
Una mala palabra, que juntaba
La exultación, la ira y el asombro.
Tantos años y al fin ha rescatado
La dicha de ser hombre y ser valiente
O, por lo menos, la de haberlo sido
Alguna vez, en un ayer del tiempo.
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LA PROMESA
En Pringles, el doctor Isidro Lozano me refirió la historia. Lo hizo con tal economía
que comprendí que ya lo había hecho antes, como era de prever, muchas veces;
agregar o variar un pormenor sería un pecado literario.
"El hecho ocurrió aquí, hacia mil novecientos veintitantos. Yo había regresado de
Buenos Aires con mi diploma. Una noche me mandaron buscar del hospital. Me
levanté de mal humor, me vestí y atravesé la plaza desierta. En la sala de guardia, el
doctor Eudoro Ribera me dijo que a uno de los malevos del comité, Clemente Garay,
lo habían traído con una puñalada en el vientre. Lo examinamos; ahora me he
endurecido, pero entonces me sacudió ver a un hombre con los intestinos afuera.
Estaba con los ojos cerrados y la respiración era trabajosa.
El doctor Ribera me dijo:
—Ya no hay nada que hacer, mi joven colega. Vamos a dejar que se muera esta
porquería.
Le contesté que me había costeado hasta ahí a las dos de la mañana pasadas y que
haría lo posible para salvarlo. Ribera se encogió de hombros; lavé los intestinos, los
puse en su lugar y cosí la herida. No oí una sola queja.
Al otro día volví. El hombre no había muerto; me miró, me estrechó la mano y
me dijo:
−Para usted, gracias, y mi cabo de plata para Ribera. Cuando a Garay lo dieron de
alta, Ribera ya se había ido a Buenos Aires.
«Desde esa fecha, todos los años recibí un corderito el día de mi santo. Hacia el
cuarenta el regalo cesó».
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EL ESTUPOR
Un vecino de Morón me refirió el caso:
"Nadie sabe muy bien por qué se enemistaron Moritán y el Pardo Rivarola y de
un modo tan enconado. Los dos eran del partido conservador y creo que trabaron
amistad en el comité. No lo recuerdo a Moritán porque yo era muy chico cuando su
muerte. Dicen que la familia era de Entre Ríos. El Pardo lo sobrevivió muchos años.
No era caudillo ni cosa que se le parezca, pero tenía la pinta. Era más bien bajo y
pesado y muy rumboso en el vestir. Ninguno de los dos era flojo, pero el más
reflexivo era Rivarola, como luego se vio. Desde hace tiempo se la tenía jurada a
Moritán, pero quiso obrar con prudencia. Le doy la razón; si uno mata a alguien y
tiene que penar en la cárcel, actúa como un zonzo. El Pardo tramó bien lo que hacía.
Serían las siete de la tarde, un domingo. La plaza rebosaba de gente. Como
siempre, ahí estaba Rivarola caminando despacio, con su clavel en el ojal y su ropa
negra. Iba con su sobrina. De golpe la apartó, se sentó en cuclillas en el suelo y se
puso a aletear y a cacarear como si fuera un gallo. La gente le abrió cancha, asustada.
¡Un hombre serio como el Pardo, haciendo esas cosas, a la vista y paciencia de todo
Morón y en un día domingo! A la media cuadra dobló y, siempre cacareando y
aleteando, se metió en la casa de Moritán. Empujó la puerta cancel y de un brinco
estuvo en el patio. La turba se agolpaba en la calle. Moritán, que oyó la alharaca, se
vino desde el fondo. Al ver ese monstruoso enemigo que se le abalanzaba quiso ganar
las piezas, pero un balazo lo alcanzó y después otro. A Rivarola se lo llevaron entre
dos vigilantes. El hombre forcejeó, cacareando.
Al mes estaba en libertad. El médico forense declaró que había sido víctima de un
brusco ataque de locura. ¿Acaso el pueblo entero no lo había visto, conduciéndose
como un gallo?
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LOS CUATRO CICLOS
Cuatro son las historias, una, la más antigua, es la de una fuerte ciudad que cercan y
defienden hombres valientes. Los defensores saben que la ciudad será entregada al
hierro y al fuego y que su batalla es inútil; el más famoso de los agresores, Aquiles,
sabe que su destino es morir antes de la victoria. Los siglos fueron agregando
elementos de magia. Se dijo que Helena de Troya, por la cual los ejércitos murieron,
era una hermosa nube, una sombra; se dijo que el gran caballo griego en el que se
ocultaron los griegos, era también una apariencia. Homero no habrá sido el primer
poeta que refirió la fábula; alguien, en el siglo catorce, dejó esta línea que anda por
mi memoria: The borgh brittened and brent to brontes and ashes.[3] Dante Daniel
Rosetti, imaginaría que la suerte de Troya quedó sellada en aquel instante en que
Paris arde en amor de Helena; Yeats elegirá el instante en que se confunden Leda y el
cisne que era un dios.
Otra, que se vincula a la primera, es la del regreso. El de Ulises, que, al cabo de
diez años de errar por mares peligrosos y de demorarse en islas de encantamiento,
vuelve a su Ítaca; el de las divinidades del Norte que, una vez destruida la tierra, la
ven surgir del mar, verde y lúcida, y hallan perdidas en el césped las piezas de ajedrez
con que antes jugaron.
La tercera historia es la de una busca. Podemos ver en ella una variación de la
forma anterior. Jasón y el Vellocino; los treinta pájaros del persa, que cruzan mares y
montañas y ven la cara de su Dios, el Simurgh, que es cada uno de ellos y todos. En
el pasado toda empresa era venturosa. Alguien robaba, al fin, las prohibidas
manzanas de oro; alguien, al fin, merecía la conquista de Grial, Ahora, la busca está
condenada al fracaso. El capitán Ahab da con la ballena y la ballena lo deshace; los
héroes de James o de Kafka sólo pueden esperar la derrota. Somos tan pobres de
valor y de fe, que ya el happy-ending no es otra cosa que un halago industrial. No
podemos creer en el cielo, pero sí en el infierno.
La última historia es la del sacrificio de un dios. Attis, en Frigia, se mutila y se
mata; Odín, sacrificando a Odín, Él mismo a Sí mismo, pende del árbol nueve noches
enteras y es herido de lanza; Cristo es crucificado por los romanos.
Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda seguiremos
narrándolas, transformadas.
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EL SUEÑO DE
PEDRO ENRÍQUEZ UREÑA
El sueño que Pedro Henríquez Ureña tuvo en el alba de uno de los días de 1946
curiosamente no constaba de imágenes sino de pausadas palabras. La voz que las
decía no era la suya pero se parecía a la suya. El tono, pese a las posibilidades
patéticas que el tema permitía, era impersonal y común. Durante el sueño, que fue
breve. Pero sabía que estaba durmiendo en su cuarto y que su mujer estaba a su lado.
En la oscuridad el sueño le dijo:
Hará unas cuantas noches, en una esquina de la calle de Córdoba, discutiste con
Borges la invocación del anónimo sevillano; Oh Muerte, ven callada como sueles
venir en la saeta. Sospecharon que era el eco deliberado de algún texto latino, ya que
esas traslaciones correspondían a los hábitos de una época, del todo ajeno a nuestro
concepto de plagio, sin duda menos literario que comercial. Lo que no sospecharon,
lo que no podían sospechar, es que el diálogo era profético. Dentro de unas horas, te
apresurarás por el último andén de Constitución, para dictar tu clase en la universidad
de La Plata. Alcanzarás el tren, pondrás la cartera en la red y te acomodarás en tu
asiento, junto a la ventanilla. Alguien, cuyo nombre no sé pero cuya cara estoy
viendo, te dirigirá unas palabras. No le contestarás, porque estarás muerto. Ya te
habrás despedido como siempre de tu mujer y de tus hijas. No recordarás este sueño
porque tu olvido es necesario para que se cumplan los hechos
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EL PALACIO
El Palacio no es infinito.
Los muros, los terraplenes, los jardines, los laberintos, las gradas, las terrazas, los
antepechos, las puertas, las galerías, los patios circulares o rectangulares, los
claustros, las encrucijadas, los aljibes, las antecámaras, las cámaras, las alcobas, las
bibliotecas, los desvanes, las cárceles, las celdas sin salida y los hipogeos, no son
menos cuantiosos que los granos de arena del Ganges, pero su cifra tiene un fin.
Desde las azoteas, hacia el poniente, no falta quien divise las herrerías, las
carpinterías, las caballerizas, los astilleros y las chozas de los esclavos.
A nadie le está dado recorrer más que una parte infinitesimal del palacio. Alguno
no conoce sino los sótanos. Podemos percibir unas caras, unas voces, unas palabras,
pero lo que percibimos es ínfimo. Ínfimo y precioso a la vez. La fecha que el acero
graba en la lápida y que los libros parroquiales registran es posterior a nuestra
muerte; ya estamos muertos cuando nada nos toca, ni una palabra, ni un anhelo, ni
una memoria. Yo sé que no estoy muerto.
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HENGIST QUIERE HOMBRES
(449 A.D.)
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EPISODIO DEL ENEMIGO
Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la
ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con un
bastón, con un torpe bastón que en viejas manos no podía ser un arma sino un báculo.
Me costó percibir lo que esperaba: el débil golpe contra la puerta. Miré, no sin
nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro
sobre los sueños, libro un tanto anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido,
pensé. Tuve que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio
unos pasos inciertos, soltó el bastón que no volví ver, y cayó en mi cama, rendido. Mi
ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero sólo entonces noté que se parecía,
de un modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la tarde.
Me incliné sobre él para que me oyera.
−Uno cree que los años pasan para uno −le dije− pero pasan también para los
demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido.
Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha
estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver.
Me dijo entonces con voz firme:
−Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Lo tengo ahora mi merced y
no soy misericordioso.
Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y sólo las palabras podían
salvarme. Atiné a decir:
−Es verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es aquel niño ni
yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el
perdón.
−Precisamente porque ya no soy aquel niño −me replicó− tengo que matarlo. No
se trata de una venganza sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son
meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.
−Puedo hacer una cosa −le contesté.
−¿Cuál? −me preguntó
−Despertarme.
Y así lo hice.
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A ISLANDIA
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EL ESPEJO
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A UN GATO
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EAST LANSING
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AL COYOTE
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UNA MAÑANA
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EL ORO DE LOS TIGRES
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JORGE FRANCISCO ISIDORO LUIS BORGES. (Buenos Aires, 24 de agosto de
1899–Ginebra, 14 de junio de 1986). Fue un escritor argentino y uno de los autores
más destacados de la literatura del siglo XX.
Jorge Luis Borges procedía de una familia de próceres que contribuyeron a la
independencia del país. Su antepasado, el coronel Isidro Suárez, había guiado a sus
tropas a la victoria en la mítica batalla de Junín; su abuelo Francisco Borges también
había alcanzado el rango de coronel. Pero fue su padre, Jorge Guillermo Borges
Haslam, quien rompiendo con la tradición familiar se empleó como profesor de
psicología e inglés. Estaba casado con la uruguaya Leonor Acevedo Suárez, y con
ella y el resto de su familia abandonó la casa de los abuelos donde había nacido Jorge
Luis y se trasladó al barrio de Palermo, a la calle Serrano 2135.
En su casa se hablaba en español e inglés, así que desde su niñez Borges fue bilingüe,
y aprendió a leer inglés antes que castellano, a los cuatro años y por influencia de su
abuela materna. Estudió primaria en Palermo y tuvo una institutriz inglesa. En 1914
su padre se jubila por problemas de visión, trasladándose a Europa con el resto de su
familia y, tras recorrer Londres y París, se ve obligada a instalarse en Ginebra (Suiza)
al estallar la Primera Guerra Mundial, donde el joven Borges estudió francés y cursó
el bachillerato en el Lycée Jean Clavin.
Es en este país donde entra en contacto con los expresionistas alemanes, y en 1918, a
la conclusión de la Primera Guerra Mundial, se relacionó en España con los poetas
ultraístas, que influyeron poderosamente en su primera obra lírica. Tres años más
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tarde, ya de regreso en Argentina, introdujo en este país el ultraísmo a través de la
revista Proa, que fundó junto a Güiraldes, Bramón, Rojas y Macedonio Fernández.
Por entonces inició también su colaboración en las revistas Sur, dirigida por Victoria
Ocampo y vinculada a las vanguardias europeas, y Revista de Occidente, fundada y
dirigida por el filósofo español José Ortega y Gasset. Más tarde escribió, entre otras
publicaciones, en Martín Fierro, una de las revistas clave de la historia de la literatura
argentina de la primera mitad del siglo XX. No obstante su formación europeísta,
siempre reivindicó temáticamente sus raíces argentinas, y en particular porteñas.
Ciego desde 1955 por la enfermedad congénita que había dejado también sin visión a
su padre, desde entonces requerirá permanentemente de la solicitud de su madre y de
un escogido círculo de amistades que no dudan en realizar con él una solidaria labor
amanuense, colaboración que resultará muy fructífera. Borges accedió a casarse en
1967 con una ex novia de juventud, Elsa Astete, por no contrariar a su madre, pero el
matrimonio duró sólo tres años y fue «blanco». La noche de bodas la pasó cada uno
en su casa. Sus amigos coinciden en que el día más triste de su vida fue el 8 de julio
de 1975, cuando tras una larga agonía fallece su madre.
Fue profesor de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires —donde obtiene
la cátedra en 1956—, presidente de la Asociación de Escritores Argentinos y director
de la Biblioteca Nacional, cargo del que fue destituido por el régimen peronista y en
el que fue repuesto a la caída de éste, en 1955. Tradujo al castellano a importantes
escritores estadounidenses, como William Faulkner, y publicó con Bioy Casares una
Antología de la literatura fantástica (1940) y una Antología de la poesía gauchesca
(1956), así como una serie de narraciones policíacas, entre ellas Seis problemas para
don Isidro Parodi (1942) y Crónicas de Bustos Domecq (1967), que firmaron con el
seudónimo conjunto de H. Bustos Domecq.
Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y en
el pensamiento universal, y que además, ha sido objeto de minuciosos análisis y de
múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye todo tipo de
dogmatismo.
Es considerado uno de los eruditos más reconocidos del siglo XX. Ontologías
fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas,
múltiples historias universales, bestiarios lógicos, silogismos ornitológicos, éticas
narrativas, matemáticas imaginarias, thrillers teológicos, nostálgicas geometrías y
recuerdos inventados son parte del inmenso paisaje que las obras de Borges ofrecen
tanto a los estudiosos como al lector casual. Y sobre todas las cosas, la filosofía,
concebida como perplejidad, el pensamiento como conjetura, y la poesía, la forma
suprema de la racionalidad. Siendo un literato puro pero, paradójicamente, preferido
por los semióticos, matemáticos, filólogos, filósofos y mitólogos, Borges ofrece —a
través de la perfección de su lenguaje, de sus conocimientos, del universalismo de sus
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ideas, de la originalidad de sus ficciones y de la belleza de su poesía— una obra que
hace honor a la lengua española y la mente universal.
Doctor Honoris Causa por las universidades de Cuyo, los Andes, Oxford, Columbia,
East Lansing, Cincinnati, Santiago, Tucumán y La Sorbona, Caballero de la Orden
del Imperio Británico, miembro de la Academia de Artes y Ciencias de los Estados
Unidos y de la The Hispanic Society of America, algunos de los más importantes
premios que Borges recibió fueron el Nacional de Literatura, en 1957; el
Internacional de Editores, en 1961; el Premio Internacional de Literatura otorgado por
el Congreso Internacional de Editores en Formentor (Mallorca) compartido con
Samuel Beckett, en 1969; el Cervantes, máximo galardón literario en lengua
castellana, compartido con Gerardo Diego, en 1979; y el Balzan, en 1980. Tres años
más tarde, el gobierno español le concedió la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el
Sabio y el gobierno francés la Legión de Honor.
A pesar de su enorme prestigio intelectual y el reconocimiento universal que ha
merecido su obra, sus posturas políticas le impidieron ganar el Premio Nobel de
Literatura, al que fue candidato durante casi treinta años, posturas que evolucionaron
desde el izquierdismo juvenil al nacionalismo y después a un liberalismo escéptico
desde el que se opuso al fascismo y al peronismo. Fue censurado por permanecer en
Argentina durante las dictaduras militares de la década de 1970, aunque jamás apoyó
a la Junta militar. Con la restauración democrática en 1983 se volvió más escéptico.
El 26 de abril de 1986 se casa por poderes en Colonia Rojas Silva, en el Chaco
paraguayo, con María Kodama —secretaria y acompañante de sus viajes desde 1975
—. El escritor nunca llegó a convivir con Kodama, con quien se casó 45 días antes de
su muerte. La apresurada boda, que levantó la suspicacia de algunos conocidos del
escritor y de los medios de comunicación, convirtió a Kodama en heredera de un gran
patrimonio tanto económico como intelectual. «Borges y yo somos una misma cosa,
pero la gente no puede entenderlo», sentenció. Kodama se convirtió en presidenta de
la Fundación Internacional Jorge Luis Borges.
El escritor falleció en Ginebra el 14 de junio de 1986.
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Notas
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[1] TAMERLÁN. Mi pobre Tamerlán había leído, a fines del siglo diecinueve, la
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[2] TANKAS. He querido adaptar a nuestra prosodia la estrofa japonesa que consta de
un primer verso de cinco sílabas, de uno de siete, de uno de cinco y de dos últimos de
siete. Quién sabe cómo sonarán estos ejercicios a oídos orientales. La forma original
prescinde asimismo de rimas. <<
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[3] LOS CUATRO CICLOS. El verso en inglés medio quiere decir La fortaleza rota y
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[4] EL ORO DE LOS TIGRES. Para el anillo de las nueve noches, el curioso lector
puede interrogar el capítulo 49 de la Edda Menor. El nombre del anillo era Draupnir.
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